miércoles, 3 de diciembre de 2008

Reflexion

Desde hace mucho tiempo, recorriendo la Historia del Arte, se tiene la idea de la escultura como un objeto de galería o monumento, mirado como algo casi etéreo, gracias a su ubicación en un espacio físico impuesto desde la época de las academias. Aquí es donde el humano aprende a mantener su distancia con el genio creador y su trabajo, extraído de la materia casi por divinidad. Vemos que de esta manera se crea una concepción tan manoseada de y hacia la obra, que se llega a caer en lo “cliché”; algo así como un condicionamiento Pavloviano que se impone sobre la mirada y cae sobre el objeto reconociéndolo como obra, sólo bajo ciertos estímulos de carácter “artístico”.

Con la creación de “cuerpos desplazados” se sustrae el objeto de su lugar habitual para ubicarlo en un territorio donde su forma pueda ser leída sin el carácter clásico que nos sugieren las antiguas estatuas. Interviniendo un espacio de transito cotidiano con una forma abstracta de gran envergadura, este, como el mismo objeto, cobran importancia. El espacio físico ya no es solo un lugar en donde situar el objeto sino es una intencion que participa de él, transformándose, en su conjunto, en una sola obra. Se demuestra asi también que fuera de su contexto habitual la estructura cobra otro sentido, su carácter etéreo se desplaza dejando la forma pura, sin ese valor agregado que da la galería o el espacio público, cuando se trata de un monumento. Es este el valor que genera Duchamp, cuando ubica el urinario en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Cambia la identidad del objeto, transformándolo en obra, gracias a que simplemente se encuentra dentro de un lugar de peso y seriedad con respecto al arte.

El desplazamiento de la obra al lugar cotidiano hace que esta se limpie del contexto usual que se infringe sobre el objeto. Se cambia al observador “culto” casi “snob”, por personas que no transitan comúnmente por galerías y que tampoco conocen del lenguaje que se emplea en su observación y “deleite”. Sin tener un lenguaje referente al arte o en este caso a la escultura, gracias a que los observadores, en muchos casos, no conocen la trayectoria que ha ocurrido en el arte volumétrico ni lo que plantean los críticos, no se tiene referente en el cual que se podría basar, en el común no hay una idea preestablecida; la percepción se vuelve primitiva y, gracias a esto, transversal y universal.